Los que pensamos que se ha desatado una guerra financiera mundial,
y que la crisis que asola a varios países occidentales es un efecto de esa
guerra, entendemos que los responsables de la contienda son facciones rivales
supranacionales que manejan a los países y sus gobernantes y ciudadanos como
marionetas.
Estas facciones dominan el capitalismo industrial y
financiero, manejan los mercados bursátiles a su capricho, asesinan y corrompen,
debilitan y destruyen empresas y países enteros. Además acumulan oro y plata,
que sirven de metales refugio en tiempos de turbulencia, y así completan su
pérfida estrategia. Yo no comparto la versión ingenua que dice que
organizaciones como Bilderberg y otras similares ejercen su dictadura de un
modo cómodo y sin oposición.
La convivencia entre esas facciones de oligarcas, los amos
del mundo, no es pacífica. Intrigas, cambios de alianza y puñaladas traperas
son moneda corriente entre los dueños del planeta. Que una facción gane una
batalla no les garantiza seguridad alguna, esos grupos de plutócratas rivales se
asientan sobre arenas movedizas, su naturaleza es mafiosa.
Para entender mejor el desarrollo actual de la guerra
financiera mundial hay que remontarse a la ruptura del acuerdo de Bretton Woods,
que se firmó en 1944. En virtud de aquel acuerdo el dólar se establecía como la
moneda patrón universal y a su vez el Gobierno estadounidense estaba obligado a
comprar y a vender dólares referenciados al precio de la onza de oro de aquel
momento.
Pero a final de la década de los sesenta, el acuerdo de
Bretton Woods no pudo mantenerse por más tiempo. La guerra de Vietnam obligó al
Gobierno estadounidense a financiarse, lo que produjo un movimiento
inflacionario que muchos bancos americanos y europeos se negaron a sostener. Al
mismo tiempo, Japón y algunos países europeos crecían a buen ritmo y el marco
de Bretton Woods les venía estrecho. Estados Unidos argumentó que la
convertibilidad dólar-oro atenazaba su economía y en 1971 el Gobierno
estadounidense dio por extinguida esa convertibilidad. A partir de entonces los
países con más relevancia industrial y financiera liberalizaron sus tipos de
cambio y emprendieron otras medidas que los hacían más autónomos para tomar
decisiones económicas.
Sin embargo, el dólar estadounidense fue el sustituto del
desaparecido patrón oro, un hecho que dura hasta nuestros días y que sitúa a la
divisa norteamericana en una posición de privilegio. Al ser el dólar la moneda
de reserva mundial, los bancos centrales lo acumulan en cantidades ingentes. Además
es la moneda que se utiliza para el comercio internacional y para fijar los
precios del petróleo, oro, materias primas, costes financieros, etc.
Emitir
dólares sale gratis, al ser la moneda de reserva el emisor de dólares no tiene
que pagar intereses por ponerlos en el mercado. Cuando el Tesoro estadounidense
tiene vencimientos pendientes o falta de liquidez sólo tiene que poner en
marcha la máquina de imprimir billetes. Pero la continua emisión de dólares
hace que esa moneda se devalúe por la acción de la inflación.
Aquí está el núcleo
del problema, otros países con recursos y monedas rivales del dólar
estadounidense desean sacudirse el dominio político y financiero que ejerce el
billete norteamericano. Pero en realidad la lucha no es entre países y
Gobiernos sino entre facciones de oligarcas, los dueños del mundo, que intentan
imponer su moneda y su sistema político y económico global. Esta contienda
puede perpetuarse hasta que haya un vencedor o puede acabar mediante un pacto
político y financiero que determine cual será la nueva moneda y las
características del sistema económico que acompañe a esa moneda. El capitalismo
no muere, se refunda o se renueva, pero deja muchas víctimas por el camino.
El alejamiento de algunos países europeos de la tutela financiera estadounidense después de la
ruptura del acuerdo de Bretton Woods trajo consigo la creación del euro, la
moneda de referencia de 17 países de los 27 que forman la Unión Europea
(UE). Según la Wikipedia el euro es
de uso diario por unos 330 millones de europeos y más de 175 millones de
personas alrededor del mundo usan monedas fijadas al euro, que incluyen más de
150 millones de africanos. El euro es la segunda moneda de reserva, así como la
segunda moneda más negociada en el planeta después del dólar estadounidense. A
partir del 1 de enero de 1999 el euro se convirtió en una moneda competidora
del dólar para disgusto de los que deseaban y desean la hegemonía de la divisa
estadounidense.
El euro no tardó en disputarle al dólar su función de moneda
de referencia del comercio mundial. En octubre de 2000, Sadam Hussein comenzó a
cobrar una parte del petróleo iraquí en euros. Después de las sanciones de la
comunidad internacional a Iraq en 1990, la ONU permitió al régimen de Sadam
exportar cantidades limitadas de petróleo para la compra de productos humanitarios.
El dinero se ingresaba en una cuenta de la ONU en París pero con una salvedad:
la ONU permitió que las transacciones se efectuasen con euros. En efecto, lo
que subyace a esta pugna soterrada entre monedas es la exigencia de los dueños
de dólares a denominar la compra venta de petróleo en esa moneda, el
“petro-dólar”. Varios analistas piensan que la causa de la caída y muerte de
Sadam Hussein fue su desafío a la moneda norteamericana.
Pero al desafío al dólar se suman ahora otros agentes, Rusia,
China y varios países emergentes, además de una corriente de opinión dentro del
FMI que entiende que conviene hallar una alternativa a la divisa
estadounidense. En la cesta de monedas del FMI, (los DEG), el dólar tiene una
ponderación del 44%; el euro, 34%; el yen japonés, 11%; y la libra esterlina,
el 11%. El rublo ruso, el yuan chino y el real brasileño carecen de
ponderación. Pero hay una moneda que se puso sobre la mesa del acuerdo de Bretton Woods aunque nunca se llegó a
utilizar. Se trata del “bancor”.
Según Thierry Meyssan, el
29 de marzo de 2009 el gobernador del Banco Central de China, Zhu Xiaochuan, cuestionó
el predominio del dólar estadounidense como moneda de reserva. Después de lamentar
que la idea del economista John Maynard Keynes para crear una moneda
internacional, el “bancor”, no hubiese llegado a concretarse al término de la
Segunda Guerra Mundial, el señor Zhu propuso la utilización de los Derechos
Especiales de Giro (En inglés Special Drawing Rights o SDR).
El 2 de abril de 2009, en la
Cumbre del G20 celebrada en Londres, Estados Unidos acepta que se tripliquen
los recursos del FMI así como la emisión, por parte del propio FMI, de los
derechos especiales de giro por valor de 250. 000 millones de dólares. También
aceptó, en principio, la creación de un Consejo de Estabilidad Financiera al
que estarían asociados los grandes países emergentes. La idea se discutió el 8
de julio de 2009 durante la Cumbre del G8 en Aquila, Italia. Adelantando un
poco más el peón, Rusia propuso no conformarse con una moneda virtual y emitir
realmente esa moneda. Dimitri Medvedved,
que había dado orden de imprimir simbólicamente varios prototipos de dicha
moneda, puso incluso varios de ellos
sobre la mesa. Estos mostraban, por una cara, las efigies de los 8 jefes de
Estado y, por la otra, la divisa en inglés: “unidad en la diversidad”.
El proyecto se presentó a los expertos de la División de
Asuntos Económicos y Sociales de la ONU. El informe de dichos expertos, entre
los que se encuentra el profesor Vladimir Popov de la New Economic School de
Moscú, se analizó el 25 de abril de 2010 en una reunión conjunta del FMI y el
Banco Mundial. Todo este proceso debía concretarse precisamente el 26 de mayo
de 2011 durante la Cumbre del G8 en Deauville, Francia. El dólar hubiese dejado de ser la
moneda de referencia, lo cual habría tenido como telón de fondo la
inminente cesación de pagos del gobierno federal de Estados Unidos. Washington
habría renunciado así al financiamiento de su superpoderío militar a través de
la deuda para consagrarse a su reestructuración interna.
Sin embargo, la idea de materializar una moneda mundial como
alternativa al dólar no prosperó, o al menos se congeló a la espera de futuros
acontecimientos. En ese momento de incertidumbre estallaron dos acontecimientos
relacionados con este asunto que conmocionaron
a la opinión pública: la intervención de la OTAN en Libia para derrocar a
Gadafi y la detención y posterior dimisión de Dominique
Strauss-Kahn. En efecto, no había pasado un mes desde la reunión del G8 en
Deauville cuando la policía detiene al director del FMI en el aeropuerto J.F.
Kennedy de Nueva York.
Siguiendo a Thierry
Meyssan, Washington actuó de mala fe al detener a Strauss-Khan, al
parecer el antiguo director del FMI tenía culminado un proyecto para crear una
nueva moneda vinculada a los DEG del FMI. No sólo eso, para estupor de algunos
el coronel Gadafi apoyó el proyecto de Strauss-Khan, un gesto que la facción oligarca
que apoya al dólar entendió como un acto de guerra. Ya sabemos como terminaron
ambos personajes, el libio acabó cadáver y Strauss-Kahn es un asiduo a los
juzgados, demonizado, además, por la opinión pública por sus escarceos sexuales.
Sin embargo, el proyecto de la moneda mundial sigue vivo.
Durante el tiempo que Strauss-Khan estuvo de director del FMI actuó con
diligencia para formar un acuerdo global que incluía al FMI, el Banco Mundial y
a varios bancos internacionales. Son varios los países y los bancos que no se
fían del dólar como moneda de reserva pues ha perdido valor, y también saben
que la hegemonía política estadounidense ya no descansa en su divisa sino en su
poderío militar. Las espadas están en lo alto, las facciones que se disputan el
dominio político del mundo libran una lucha enconada aunque por el camino
caigan países y millones de ciudadanos.
En este contexto se entiende mejor la situación de Grecia,
uno de los Estados más débiles de la UE, víctima de la facción despótica que apoya
al dólar. El ataque a Grecia es un ataque al euro, moneda rival del billete
verde, y también es un ataque a la unión política de 27 naciones. Potencias en
apariencia ajenas a la política de la UE como Rusia, China e India observan con
atención el desarrollo de los acontecimientos, en el tablero de la política
internacional hay que estar informados, tomar posiciones en determinadas divisas,
invertir o desinvertir aquí o allá. Quieren saber si la UE saldrá con bien del
lío en la que está metida para tomar las medidas pertinentes.
En definitiva, asistimos a una guerra financiera mundial que
se libra entre facciones supranacionales, bandas de oligarcas que usan a los
países y sus ciudadanos como comparsas de su codicia y afán de poder.