La dimisión “forzada por las circunstancias” del francés Dominique Strauss-Kahn
al frente del Fondo Monetario Internacional, (FMI), deja más sombras que luces.
La dimisión se anunció el 18 de mayo de 2011 y puso, y todavía pone de relieve, serias tensiones
entre el dólar estadounidense y el FMI. El nombramiento de Strauss-Kahn al frente del FMI se produjo el 28 de
septiembre de 2007, sustituía en el cargo al español Rodrigo Rato que abandonó
de forma inesperada su responsabilidad al mando del Fondo alegando asuntos
familiares.
Strauss-Kahn nació en 1949 en
Neuilly (Francia), en el seno de una familia judía francesa, pero se crió en
Agadir (Marruecos). En 1960, tras el terremoto que asoló esa localidad, su familia
se estableció en Mónaco. Hizo el bachillerato entre Mónaco y París y obtuvo
sendos diplomas tras culminar sus estudios en el HEC y el Sciences PO. En 1972 se licenció en derecho público y en
1975 se doctoró en ciencias económicas por la universidad de París-X. Strauss-Kahn
se crió en una familia de ideas socialistas, una influencia que se manifestó
cuando fue elegido director del Fondo y
tuvo que tomar decisiones arriesgadas.
Procedente del entorno del
Partido Comunista francés, en 1976 se incorporó al Partido Socialista. En 1991 Mitterand le nombró ministro de
Industria y Comercio. En 1997 se le designó ministro de Economía y ejerció como
tal hasta noviembre de 1999. En 2007 perdió ante Segolene Royal la posibilidad
de encabezar la candidatura socialista a las presidenciales. Pero ese mismo año,
el 10 de julio de 2007, los ministros del Ecofin lo propusieron para dirigir el
FMI.
Strauss-Kahn no era un
advenedizo sino un socialdemócrata con experiencia política y además traía una
hoja de ruta bien meditada que intentó poner en práctica. Pero materializar su
hoja de ruta no era fácil, pretendía reducir la hegemonía del dólar
estadounidense como moneda de reserva. En su declaración del 20 de septiembre
de 2007 ante el directorio del FMI, el francés
manifestó que la institución se encontraba en una encrucijada. Su propia
existencia como la principal institución que provee al mundo de estabilidad
financiera podría estar en juego y reconstruir su relevancia y legitimidad
sería una ardua tarea. Añadió que el FMI debía preservar su papel central en un
contexto que era completamente diferente del que existía cuando fue creado.
Según informó el blog Salmón
, Strauss-Kahn mantuvo varias reuniones con los responsables de la FED de Nueva
York para el reciclaje de la deuda de los Estados Unidos, que en mayo de 2011
ascendía a los 14,3 billones de dólares. El impacto de esa deuda obligaba a
reconsiderar la función del dólar como moneda de reserva. En otras palabras,
Strauss-Kahn tuvo las agallas suficientes para decirles a los norteamericanos
que su divisa debía jugar un papel secundario y que debía dejar paso a otra
moneda que no perteneciese a un país en concreto. Cuando los estadounidenses le
preguntaron a qué moneda se refería, el francés les explicó su intención de
desempolvar el “bancor”, una moneda propuesta por J.M. Keynes en el marco del
acuerdo de Bretton Woods.
Strauss-Kahn trabajó en la desmonetización selectiva del dólar
estadounidense, su objetivo consistía en hacer del dólar una moneda para uso
interno de los Estados Unidos. Dejaba la nueva moneda de reserva a un tipo de
cambio muy favorable para el dólar interno, pero gravaba a los tenedores
externos de dólares. De esta forma se depreciarían las deudas en dólares,
favoreciendo las deudas en dólares de los ciudadanos y las corporaciones
estadounidenses. La inflación derivada de esto ayudaría a enmascarar la
amortización de la deuda, y el tiempo haría el resto. Esta maniobra tenía un
precio, que era compartir la hegemonía monetaria con otras divisas. No resulta difícil imaginar la cara de
estupor que debieron poner los estadounidenses.
Ni corto ni perezoso Strauss-Kahn se las arregló en 2010 para tener listos
los DEG, la moneda del Fondo, por importe de 100.000 millones de dólares. Sin embargo,
China, India y una mayoría de los países exportadores de crudo, todas ellas
naciones con superávit, dijeron que no necesitaban liquidez. El francés congeló
el plan hasta que los efectos de la crisis comenzaron a golpear a algunos
países europeos.
No obstante, el 29 de marzo de 2009 el gobernador del Banco
Central de China, Zhu Xiaochuan, cuestionó el predominio del dólar
estadounidense como moneda de reserva alineándose así con la idea del director
del FMI. El funcionario chino lamentó que la idea del economista John Maynard
Keynes para crear una moneda internacional, el “bancor”, no hubiese llegado a
concretarse al término de la Segunda Guerra Mundial. El señor Zhu propuso
la utilización de los DEG, en inglés
tienen el acrónimo de SDR ( Special Drawing Rights).
Los estadounidenses volvieron a
torcer el gesto cuando Strauss-Kahn, con una valentía que hay que reconocerle y
que al final pagó cara, comenzó a criticar el Consenso de Washington. No debe
extrañarnos que un social demócrata como Strauss-Kahn repudiase algunos
aspectos de aquel Consenso que defendía la liberalización de los mercados, el
predominio del capitalismo financiero y virtual sobre el comercial y el
industrial y la reducción del gasto público. El francés era el hombre adecuado
en el lugar equivocado, una paradoja que unido a sus deslices sexuales y su
pasión por las faldas le costó el puesto y permitió al dólar coger oxígeno como
moneda de reserva.
En estos momentos vivimos una
guerra financiera sin cuartel entre bandas de oligarcas que tiene por objetivo
dominar el mundo. Haremos bien en denunciar esta guerra de monedas que deja
millones de víctimas por el camino y a muchos países al borde del caos. Otra cosa
es que nuestra denuncia tenga éxito.