El salto estratosférico que aupó
a Felix Baumgartner a la fama se realizó el 14 de octubre de 2012, pero poco se
sabe de otro pionero que realizó una hazaña similar varias décadas antes, el piloto estadounidense Joseph W. Kittinger.
Durante la Segunda Guerra Mundial las
aeronaves operaban rutinariamente a 12 y 13 kilómetros de altitud, pero los pilotos y las tripulaciones tenían
que decidir, en caso de accidente, el modo de escapar del avión que volaba a esa
altura, el dilema era si abrir el paracaídas inmediatamente después de
abandonar la aeronave o descender en caída libre hasta una altura menor antes
de abrirlo. La primera opción tenía riesgos: el golpe severo de la apertura,
temperaturas muy bajas y la falta de oxígeno.
En 1943 el coronel W. Randolph
Lovelace, cirujano de vuelo de la Fuerza Aérea de los EE.UU, estudió el
problema del escape a gran altura y decidió realizar un experimento poniéndose
a prueba. El 23 de junio de 1943 saltó de un B-17 desde 12,800 kilómetros de
altura llevando consigo lo que entonces era una novedad, un pequeño tanque de
oxígeno con provisión para 12 minutos. Nada más saltar del avión abrió el
paracaídas, pero el golpe de apertura cercano a los 40-G lo dejó inconsciente y
la onda de choque arrancó los guantes de sus manos. Gracias a la botella de
oxígeno recuperó el conocimiento a baja altura y aterrizó a salvo.
W. Randolph Lovelace |
El avión B-17 |
En 1953
la Fuerza Aérea de Estados Unidos diseñó el proyecto High Dive que tenía por
cometido estudiar la respuesta biofísica del escape en grandes altitudes, a tal
fin se usaron globos de polietileno. A comienzos del año siguiente se
realizaron los primeros lanzamientos de maniquíes antropomorfos desde aviones
de carga C-97 que volaban a 9 kilómetros de altura. En junio de 1954 se
lanzaron maniquíes no estabilizados desde 27 kilómetros de altura que estaban a
bordo de globos, en ocasiones los globos transportaban a más de un maniquí. Las
pruebas confirmaron que un cuerpo no estabilizado giraría o daría tumbos de
manera incontrolada durante la caída. El giro más extremo se produjo el 8 de
febrero de 1956, cuando uno de los maniquíes llegó a las 200 revoluciones por
minuto después de haber caído de 27 km
de altura.
El proyecto siguiente a High
Dive fue Excelsior, aquí J. Kittinger tenía un papel importante, planeaba
utilizar un globo para llegar a la estratosfera y luego saltar pero retrasando
la apertura de su paracaídas principal a 5,5 kilómetros del suelo. El diseño
del salto tenía dificultades técnicas, la solución vino de Francis Beaupre, un
técnico del centro de desarrollo aéreo Wright, que ideó un sistema de paracaídas de tres
etapas cuyo despliegue era automático. Kittinger saltaría de la góndola y
caería durante 16 segundos hasta alcanzar su velocidad máxima, a continuación
se desplegaba un paracaídas guía de dos metros de diámetro y a su vez este
paracaídas guía o piloto desplegaría un paracaídas estabilizador de seis metros
de diámetro. Un tercer paracaídas, o paracaídas principal, se desplegaría por
etapas, al principio un tercio del mismo y por fin, a una altura de 5,5
kilómetros, se abriría por completo.
El valiente piloto estadounidense
llevaba un traje semi-presurizado MC-3 bien equipado para soportar el frío
estratosférico, una botella de oxígeno, cámaras e instrumental, su peso ascendía a los 160 kilos, el doble de
su peso real. Kittinger realizó tres saltos previos desde un Hercules C-130 a 5
kilómetros de altitud y todo parecía estar en orden. El 16 de noviembre de 1959 el globo de helio
se elevó a 18 kilómetros mientras rotaba con lentitud, pero en cierto ángulo de
la rotación la luz del sol entraba en la góndola donde se hallaba Kittinger que
impedía a éste leer los instrumentos. Además, el visor del casco comenzó a
empañarse lo que dificultaba aún más su visión. A pesar de que la góndola contaba con una cobertura para
proteger a Kittinger del sol, esta no se hallaba presente en la entrada de la góndola.
Cuando el globo rotaba y la entrada apuntaba al sol, era tal la intensidad del
reflejo del astro sobre los paneles de instrumentos que era imposible para
Kittinger leerlos.
Por fortuna para el osado
saltador, cinco minutos antes de lanzarse al vacío su visor se aclaró; Kittinger
pudo ver con cierta dificultad que había alcanzado los 20 kilómetros de altura
y activó la válvula de venteo del globo para detener el ascenso. Cuando estaba
a punto de saltar comprobó que el globo se había elevado a los 23 kilómetros de
altura, toda una marca. El 11 de diciembre de 1959 Kittinger se lanzó desde
22,770 kilómetros de altura sin incidencias negativas. El 16 de agosto de 1960
saltó desde 31,333 kilómetros, alcanzó la velocidad máxima a los 27,432
kilómetros de altitud a 1.049,6
km/h.
Para estabilizar sus saltos y evitar los giros, Kittinger
bajaba sentado como si estuviese en una silla, llevaba un peso especial que le
facilitaba esa postura. Pero cada vez que levantaba un pie giraba como una
peonza, un hecho que el estadounidense encontraba muy divertido.