jueves, 5 de marzo de 2015

Antropología del hielo



La historia del hielo es antigua y sorprendente. En las Mil y una noches se dice que las caravanas de camellos transportaban hielo desde Líbano a Damasco y Bagdad. Desde antiguo se sabía que añadiendo al agua ciertas sales como nitrato sódico se conseguía disminuir su temperatura. 


Desde la edad media hasta ahora la fabricación de hielo ha puesto a prueba el ingenio de muchas personas: profanos, científicos e incluso médicos. No hay que despreciar la capacidad de los médicos en lo que se refiere al campo de la física, sus hallazgos suelen caracterizarse por su agudeza y eficacia. Un compuesto que resultó decisivo para la fabricación artificial de hielo fue el éter etílico descubierto por el médico Frobenius en 1730 siguiendo un método de Isaac Newton. Al éter etílico se le llamó éter nitroso, un compuesto conocido por los alquimistas Raimundo Llull, Paracelso y Valerius Cordus. Es sabido que Isaac Newton dedicó muchos años de su vida al estudio de la alquimia.

El otro día estaba sentado en la terraza de un bar disfrutando de una temperatura templada. Una pareja de turistas se sentó cerca de mi mesa y al rato, después de que el camarero les sirviese dos consumiciones, se dedicaron a tirar al suelo las piedras de hielo que había en los vasos. Las arrojaban a cierta distancia, las piedras aterrizaban debajo de otras mesas golpeando el suelo con un chasquido que sonaba metálico.

Los rostros del hombre y la mujer, que eran de mediana edad, reflejaban aburrimiento, parecía un matrimonio instalado por décadas en la rutina y con pocas novedades que ofrecerse. He de reconocer que me sorprendió el tamaño de las piedras de hielo, me parecieron más grandes de lo habitual, tal vez eso explicaba que la pareja las tirasen lejos. Aunque por otro lado los vasos eran anchos, una cosa compensaba la otra.


Me pregunté por qué arrojaban las piedras de hielo lejos de sí, tal vez el hecho tenía que ver con el calor y el frío corporal, si procedían de un país frío y venían aquí a solazarse les pareció que el hielo constituía un objeto trivial. Quizá querían absorber todo el calor que les fuese posible y rechazaban aquellos elementos simbólicos que les recordaba el gélido invierno de su país de origen. Es sólo un ejemplo de la antropología cotidiana que me llamó la atención y que me dio la oportunidad de escribir este artículo.